domingo, 1 de junio de 2008

El deseo que mata.

Hacía frío, podía sentir una ligera brisa sobre mis mejillas. Estaba a punto de nevar. Ya no sabía cuanto tiempo llevaba caminando, lo único que tenía en la mente era su cara pálida y su cuerpo en la cajuela de mi Lebarón.
Todo había pasado la noche anterior. Íbamos en camino a casa de su tía para cenar con toda su familia. Ya llevábamos dos horas de las cuatro que usualmente hacíamos para llegar y todo indicaba que iba a ser una noche fabulosa, ya que el soplo del viento nos permitía admirar la luna nueva y las estrellas.
En el camino comentamos de nuestros trabajos y todo iba bien, hasta que sacó el tema que nos había atormentado desde unos años atrás. Ella tenía el ferviente deseo de ser madre y a pesar de nuestros múltiples esfuerzos y de haberse sometido ya a varios tratamientos, no lo lográbamos. Empezamos a discutir cuando me insistió en que me hiciera unos estudios de fertilidad. Yo no pude aguantar mucho, yo sabía que era infertil y no toleraba sus comentarios y su insistencia; así que después de una hora de discutir, no soporté más y sin pensarlo tomé mi chamarra y la coloqué sobre su cara. Lo hice sólo para mantenerla callada, pero no me percaté de la presión que hice sobre ella hasta que retiré la chamarra y vi caer su cuerpo inconsciente. Mi impacto fue tanto que me quedé inmóvil unos minutos.
Decidí esconderla en la cajuela y al cargarla vi caer de su bolsillo una prueba de embarazo, positivo. No sabía si ese niño era producto de un engaño de ella o si había sido un error en mis pruebas, tampoco quería averiguarlo.
Lo único que sabía con certeza era que yo, al igual que ella, deseaba ser padre y hubiera aceptado a la criatura fuera la situación que fuera. Sin embrago, ya no podía hacer nada, sólo caminar en la oscuridad de la noche.

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